A la Vida, con el fervor de los sentidos
Déjame descubrir tu piel,
vida,
como quien abre un libro sagrado
con las manos temblorosas de asombro.
Permíteme ver tus ojos,
esos que cambian de color
según el cielo que los habita.
Apreciar tu sonrisa
cuando el sol se posa en los rostros
que aún creen en el milagro del día.
Saborear lo que guardan tus labios:
la sal de las lágrimas,
el dulzor de las primeras veces,
el amargor que enseña.
Aspirar tus aromas,
vida,
desde el pan recién horneado
hasta la tierra mojada
que anuncia renacimiento.
Ser melodía para tus oídos,
cántico que no exige,
sino que acompaña.
Peine para tu cabello alborotado por el viento,
jabón que acaricia tus poros
sin borrar tus cicatrices.
Jinete de tus caderas,
no para domarte,
sino para danzar contigo
en el vaivén de los días.
Admirador de tus muslos torneados
por siglos de caminos recorridos,
caminante de tus valles dorsales
donde se esconde el susurro de los sueños.
Caricia para tus tobillos
cansados de la rutina,
y piloto que aterriza
en el aeropuerto secreto
de tus emociones íntimas.
¿Crees que hablo a una mujer?
Tal vez.
Pero es a ti, vida,
a quien le declaro este amor sin medida.
Porque tú,
con nombre de mujer,
animas el universo entero.
Y todo en ti representa la existencia:
el que nace,
el que parte,
el que se transforma.
Porque nadie puede asegurar
que la muerte es el final,
y no la hoja en blanco
donde empieza
una nueva historia.
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